Ring, ring, ring, ring............... el reloj
despertador marcaba las siete de la mañana. Cristin alargó la mano, le dio un manotazo, que hizo que el reloj perdiera el equilibrio
y cayera de la mesilla de noche.
-¡Maldito reloj! Es imposible que sea la hora de
levantarse, sí apenas llevó un rato durmiendo.
-¿Cristin no has oído el reloj?
-Sí, éste maldito trasto se ha estropeado.
-No, son las siete de la mañana.
-¡No, puede ser! Aun no he dormido lo bastante.
- Exactamente seis horas como todos los días.
La mujer refunfuñando se levanta de la cama
medio sonámbula y se dirige al
aseo. Abre el grifo de la ducha, se quita el camisón y sin comprobar que haya
llegado el agua caliente se mete en la ducha. Al primer chorro de agua helada se
despeja y de un saltó salé de la ducha.
-¡Maldita sea! Otra vez me pasa, sí, es que no me
entero.
-¿Qué te pasó? Le dice desde la cama su marido.
-Lo de siempre, que voy tan dormida, que no me
entero de que aun no ha llegado el agua caliente.
-Siempre lo mismo, me das unos sustos, que un día me
matas de un infarto.
- No serán muy grandes, pues tú no te levantas ni a
la de tres.
- No empecemos
Cristin, sabes que a mí me faltan
dos horas para ir a trabajar.
-Sí, pero
podías ayudar más.
-Tú, con tal de que yo no duerma más, eres feliz.
Aun no se
había acabado de duchar cuando uno de los gemelos, ya berreaba en su cuna.
Cristin, con
la toalla arrollada en su cuerpo, se dirigió a la habitación donde uno de sus hijos la reclamaba.
-No te asustes mi pequeño, trato de tranquilizarlo
mientras le metía el chupete en la boca.
El bebé se quedó tranquilo. Ella se vistió y se
dirigió a la cocina. Llenó un vaso con leche que puso a calentar en el
microondas, abrió un yogur, que comenzó
a comérselo con grandes cucharadas, luego se tomó la leche con una magdalena. Todo ello
sin sentarse mientras calentaba el agua para hacer la papilla de ocho cereales
con miel, para sus gemelos.
Una vez hechas las papillas fue a la habitación de
sus hijos cogió a uno de ellos, lo cargó en un brazo, mientras con el otro brazo hacía lo mismo con el otro bebé.
Se fue con ellos a la cocina, los sentó en sendas
sillitas, donde les daba la papilla alternando una cucharada a cada uno. En un determinado momento uno de
ellos le escupió la papilla, poniéndose la carita y la silla perdidas. Ella se apresuro a limpiar la
carita del bebé y la silla, para evitar
que se ensuciasen más. Pero cuando estaba entretenida con la limpieza el otro
niño cogió una cucharada de papilla y la
lanzó con tan buena puntería que fue a parar en la falda de su madre, que se
había puesto limpia, para irse a trabajar.
Desesperada por como se desarrollaban los
acontecimientos y mirando el reloj de soslayo y viendo la hora que era, se puso
súper atacada de los nervios, lo que supuso, que los hijos al verla tan
nerviosa comenzaran a llorar al unísono.
Una vez calmados y todo en orden se fue con los
gemelos a la habitación, para vestirlos y ella se cambió de falda. Al dejar
ésta en el cubo de la ropa sucia, lo vio que estaba lleno. Decidió poner una lavadora, así,
cuando viniese, la tendría lavada y sólo
la colgaría.
Una vez acabadas todas estas acciones miró el reloj
las 7,45 h, sólo le restaban un cuarto de hora para coger el metro.
Colocó a sus
gemelos en la silla, se peino ella y se maquillo. Al versé en el espejo
descubrió unas enormes ojeras, que no tenían solución. Sacó el rímel, el lápiz
de ojos y con unos toques de maquillaje tapó todo lo que pudo los desperfectos
o mejor dicho las escasas horas de sueño.
Al llegar al metro, justó cuando ella llegaba al
andén, se cerraron las puertas del maldito convoy. Desesperada se quedó mirando
el panel informativo, aun quedaban diez
minutos para el siguiente tren.
Atacada sacó un cigarrillo, casi nunca fumaba, y más
desde que quedó embarazada, mas ahora lo necesitaba. Poco a poco la nicotina
calmó sus nervios. Acabó el cigarrillo justo cuando asomaba el tren en el andén. Subió a él con la sillita de sus hijitos. Buscó un
lugar donde sentarse y poder acomodar la sillita de los niños. Allí le esperaba
una hora de recorrido.
A las nueve y
diez el tren la dejó en su destino. Salió corriendo con dirección a la
guardería de sus pequeños, donde los dejó. Se sintió mal al dejarlos allí solos,
hasta las seis y medía ¿para eso había tenido a sus hijos? No verlos
le causaba ansiedad. Con un nudo
en el estomago se dirigió a su trabajo.
Ya pasaban dos minutos de las nueve y medía la hora
en la que ella tenía que entrar. Lo
primero que vio fue a su jefe, con una burlona sonrisa.
-¡Qué hoy también los niños!
Ella no dijo
nada sabía que era mejor callar y
aguantar el chaparrón. El jefe estaba esperando una mala contestación o algún
motivo, para largarla de su trabajo. Y ella sabía que con la hipoteca y los gastos de los gemelos,
el sueldo de su marido no llegaban a fin de mes.
Aún tuvo que
aguantar la mirada de lascivia de
su jefe, mirándole el culo. Ella
nunca había mirado para atrás, pero
sabía que él la seguía, hasta ocupar su silla en el despacho.
Se sentó ante
una torre de papeles, que mientras más archivaba más quedaban, así todos los
días.
A la hora de la comida tenía una hora, para comer.
Solía juntarse con los compañeros e ir a
comer en un bar, el menú. Mas últimamente ella solía llevar un tapé, con algo
de ensalada y un bocadillo, que comía en un parque cercano, junto con otra en
su misma situación. Eso, sí en época de verano, por los inviernos no le
quedaba más remedio, que ir
con los demás compañeros al bar a comer el menú por diez euros.
Una hora
después, otra vez a seguir con ese mar de papeles, hasta las seis y media. A
medía tarde, para que el trabajo no se hiciese tan pesado tomaban un café, que alguno de los compañeros
preparaba, en una cafetera eléctrica, que tenían en la oficina. Eso sí, sin perder un minuto
en tomárselo, que enseguida salía el
jefe con cara de malas pulgas.
Cristin
sorbió el café y sintió en su interior un gran placer, que la relajó y calmó.
Acto seguido vio
como su cuerpo se trasformaba, y una fuerza, que emanaba de su interior
le daba unos poderes y unas habilidades, que nunca había sentido.
En un plis plas acabó aquella enorme torre de
papeles, que tapizaba su mesa, además ayudó
a sus compañeros, cuando todo estaba acabado descubrieron que eran las
seis y medía, la hora de salir.
Salió a la calle y descubrió que podía volar. Alargó
una mano vio como se elevaba por los aires superando la altura de los
edificios. Puso rumbo a la guardería de
sus hijos, una vez los recogió alzó el vuelo con un bebé debajo de cada brazo.
Voló en dirección a su casa donde llegó en un segundo. Dio de merendar a sus
hijos, esta vez tranquilamente jugando con ellos, llevaba una hora de adelanto sobre el horario
habitual. Dejó a los niños un ratito jugando en su habitación y ella aprovecho
para colgar la ropa que había dejado lavando antes de irse. Descubrió que a la
vez que pasaba la mano por las prendas estas secaban y quedaban libres de
arrugas, por lo que acabó guardando la ropa en los armarios, miró el reloj y no
había tardado más que dos minutos en esta ocupación. Preparo la cena en otro segundo.
Al mirar para los azulejos de la cocina vio como de sus ojos se
disparaban unos chorros de agua hirviendo, que enfocados con destreza sobre los azulejos,
éstos quedaban limpios en un par de
segundos. Ya tenía la cocina limpia,
siguió por toda la casa con aquella especie de vaporeta incorporada y en un par de segundos tenía la
casa como nueva.
Miró el
reloj apenas habían pasado unos diez minutos y pensó ya tengo todo preparado y es prontísimo les voy a dar
un paseo a los niños en el parque.
Se fue con los gemelos, jugo con ellos, se
ensuciaron con la arena y descubrió que
nada más sacarlos del foso de la arena con pasarles la mano por encima de
ellos, la arena era atraída y lanzada
hacía el infinito, quedado los niños relucientes.
Al llegar a casa, ya había llegado su marido.
Bañaron a los niños, les dieron de cenar y los acostaron, luego se dedicaron
tiempo a ellos. Cenaron a la luz de las
velas, bailaron, escucharon música y se mimaron.
Al desvestirse para acostarse ella descubrió como
sus senos eran turgentes, parecía que
tenía dieciocho años y nunca hubiese dado el pecho a sus bebés. Su marido la
observaba a contra luz desde la puerta. Se acerco a ella con ternura y la
rodeó la cintura atrayéndola hacía sí la
beso y amo como ya hacía mucho tiempo.
Al acabar
descubrió, que eso de ser una
superhéroe, tenía muchas ventajas, no estaba cansada.
¡Qué suerte había tenido!
-¡Cristin! Pero habrase visto otra más grande, te
voy a despedir.
-¡Qué! ¡Qué pasa! dijo Cristin sobresaltada.
-¡Aún lo pregunta!
aquí no se viene a dormir.
1 comentario:
no sé porqué no me deja comentar, segundo intento. Me ha encantado y me ha apenado queu cosas como esta no puedan ser ciertas. Esto solo lo puede escribir una mujer, madre y trabajadora. Una superwoman. Gracias Marga
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