Una
Navidad diferente
Colasa
y Juan Zancuda daban las campanadas en el reloj de la plaza mientras Damián los
observaba atentamente. Hacía tanto tiempo que no se paraba a contemplarlos que
casi se maravillaba, lo mismo que cuando
era un niño y le fascinaba verlos, las pocas veces que subía con su madre a la
plaza.
Una
lágrima solitaria asomó en sus azules ojos. Fue una decima de segundo pero la
tristeza se apodero de su alma.
Ayer
había enterrado a un compañero de clase, aunque hacía mucho que había perdido
el contacto con él. La casualidad quiso que se encontraran un día, unos meses antes y volvieran a entablar
amistad. Él le había confesado que estaba muy enfermo de cáncer que solo le quedaba,
unos pocos meses de vida. Le habló de su
familia, del pequeño Tomás su nietecito de apenas un año, su única pena, era no verle crecer, le había comentado.
Lo
que fue un encuentro fortuito se fue configurando en una solida amistad y era
frecuente verlos pasear por las calles en anidada conversación.
Damián
respiró hondo e intentó borrar de su
mente el recuerdo de su amigo, paseó la mirada por la habitación y sus ojos se
posaron en la foto de su hija vestida de comunión. La cogió entre las manos y
dando un suspiro la contemplo a la luz
que se filtraba por la ventana. Su hija era preciosa pensó orgulloso,
solo habían pasado cinco años desde la comunión pero ahora era la sombra de aquel angelical retrato, ese
pensamiento le lacero el costado.
Con
el retrato en la mano corrió la cortina y volvió a mirar para la plaza esta vez
no se fijó en el reloj, buscaba más
abajo entre las sillas de las terrazas
que últimamente habían ocupado casi toda la plaza. No tardó en descubrir lo que
estaba buscando. Un grupito de gente sentada alrededor de una mesa repleta
de bebida y platos de tapeó. Eran tres mujeres de mediana edad y un chico de
unos treinta años. Todos estaban en animada conversación. Desde la distancia en la que se encontraba
apenas podía percibir alguna palabra suelta, él no sabía de qué estaban
hablando pero enseguida descubrió que su
mujer era una de las animadoras de la tertulia. Poco a poco todos se fueron
levantando de la mesa y la última en hacerlo fue Luisa, su mujer, También
observó que fue ella la que abonó la cuenta de las consumiciones.
Damián miró el reloj de bolsillo
y faltaban unos minutos para la medía, era la única herencia de su padre.
Él procedía de una familia
humilde, su padre había trabajado las
tierras de la familia y para ayudar a la escasa economía familiar ayudaba a un
vecino que se dedicaba a la albañilería,
cuando sus tierras requerían pocos cuidados.
Aun así, en esa casa no se llegaba a fin de mes y su
madre tenía que hacer demasiados
equilibrios para añadir algo más que unas patatas al menú diario. La última en comer siempre era ella
por lo que enseguida enfermo del pecho y un frio día de invierno se apago entre
vómitos de sangre.
Su hermana mayor Raquel con apenas doce años se las tuvo que entender con cinco hermanos
menores y un padre roto de dolor. Su
hija se le parecía mucho, volvió a coger
la foto y con la yema de los dedos
acaricio el infantil rostro tan querido e intentó marcar como si de un
rotulador se tratase los puntos en los que su hija le recordaba a su hermana.
Los pómulos eran una de esas partes, los ojos azules que compartían los tres
era otro punto. Su mente voló hasta otra época y vio a su hermana doblada como
un junco cargando a su hermano menor de unos dos años y en la
otra mano un barreño de ropa camino de la Moldera.
Volvió a mirar para la plaza
intentando olvidar los dolorosos recuerdos que hoy le asaltaban en la cabeza, a
fuerza de esconderlos, pensaba que
dejarían de existir.
Oyó el ruido de la llave girar en
el bombín y no tardo en sentir llegar a su mujer, el olor dulzón de su perfume embriagó
toda la estancia antes de ella asomar en el salón, a pesar de que ya había cumplido los
cincuenta años seguía siendo una mujer atractiva, llevaba un traje de paño
negro ajustado a la cintura, una blusa
de seda rosa palo, la melena suelta, muy cuidada, la tez morena y unos ojos color miel que siempre le habían
vuelto loco.
Damián se preguntaba qué cuánto tiempo
había pasado desde que había dedicado
unos segundos en deleitarse contemplando a su bella esposa.
Haciendo memoria solo recordaba
aquel lejano día en que habían chocado en su oficina. Era la nueva secretaria y
fue cuando la vio por primera vez, luego
le dijeron que Luisa ya llevaba trabajando en la empresa dos meses. Desde ese momento supo que era la mujer por
la que había esperado tantos años.
No fue difícil conquistarla ella
también se había sentido atraída por él
y en apenas un año se habían casado. Ella al principio siguió trabajando
conjuntamente con él así estuvieron ocho
años en los que habían logrado duplicar la producción de su fábrica y asentarse como una empresa líder en el sector.
Un buen día cuando ya habían perdido las
esperanzas Luisa descubrió casi por casualidad que estaba embarazada. Entre los
dos decidieron que era mejor que ella se quedase en casa para que la pequeña
estuviese bien cuidada. No supo en qué momento fue cuándo ellos dos se
distanciaron, tanto que ya no se
conocían.
El timbre de la puerta sonó
cuando el reloj de la plaza daba las tres de la tarde. Su hija asomó por la
puerta del salón.
La joven que sé encontró casi no
la reconoció llevaba unos leguis negros ayustados, una camiseta demasiado
corta, zapatos de tacón, bolso, gafas de sol que ocultaban unos azules ojos
demasiado maquillados. Damián se preguntó si no se habría equivocado y
mentalmente contó los años de su hija,
sí, efectivamente le salían solo doce. Su hija se le acercó y le rozó un beso
en la mejilla, luego se sentó en la mesa hablando muy animada con su madre, él
hizo lo mismo.
-¡Papá! ¡Papá! Estas Navidades
vamos a Tailandia de viaje.
-Hija yo este año prefiero
pasarlas en casa, podemos invitar a mi hermana Raquel a cenar con nosotros.
- Yo quiero ir a Tailandia,
Maruchi estuvo este verano y me dijo que era precioso.
-Sí, mi tesoro vamos donde
quieras, papá si no quiere que no venga.
-Yo digo que no que este año nos
quedamos aquí con mi hermana, hace poco que se quedó viuda y no me apetece
dejarla sola.
-Bueno Damián lo que me faltaba
quedarnos con tú hermana, que no tiene clase, además no tengo ganas de escuchar
lamentaciones, ¿no ves que tu hija está llorando?
La conversación fue interrumpida
por el sonido del timbre, era un niño de unos diez años con su madre que estaba
pidiendo limosna. Luisa al verlos los echó de allí malhumorada, mientras su
hija perfumaba la sala con grandes aspavientos de asco.
Damián dando un portazo salió de
su casa cabizbajo.
Una semana después dos agentes de
policía desalojaban a la familia de Damián por embargo de todos sus bienes.
Al principio la madre y la hija
descargaron su ira contra su padre, pero una vez que comprobaron que todas las
personas que ellas creían sus amigos les negaban el saludo o miraban para otra
parte se dieron cuenta de que solo se tenían ellos.
Veinticuatro de diciembre
Damián se acercó a la claraboya
desde la que solo se veía el reloj con los maragatos, instintivamente sacó el
reloj de bolsillo y comprobó que eran casi las diez de la mañana. Miró a su
alrededor y en un colchón en el suelo dormía plácidamente su hija se fijó en su
angelical rostro y esta vez sí, descubrió la ternura de una niña de su edad, en
otro colchón muy cerca de ella rebullía desperezándose su mujer. Se volvió y su
vista se perdió entre las torres del ayuntamiento, descubrió que una fina capa
de nieve había cubierto los pináculos
del ayuntamiento, durante la noche. No
pudo evitar que una sombra melancólica se apoderase de su espíritu.
Luisa se acercó a su marido que miraba
por el ventanuco y le rodeo la cintura con sus brazos, hundió su cara en su espalda. Le gustaba
empaparse de su varonil olor y durante demasiados años lo había olvidado.
Recordó lo dañina que había sido con su marido al principio de perder todo la rabia
que le había demostrado, lo grosera que había sido con él quizás cuando él más lo
necesitaba. Luego se le cayó la venda de los ojos fue un día que ella cruzaba
la plaza y descubrió a sus amigas sentadas en la misma mesa de la terraza que solían
compartir, esta vez su sitio lo ocupaba su peor enemiga, Lourdes, la que siempre estaba a cizañando contra ella,
se dirigió al grupo pero cual no fue su sorpresa que antes de llegar a la mesa, se levantaron todas y se escabulleron por las
bocacalles adyacentes sin ni siquiera saludarla, ni dirigirle unas palabras de
apoyo. Ella que tantas veces las había invitado a las consumiciones, mejor
dicho no recordaba cuándo habían pagado
por última vez. A raíz de este incidente
recapacito en su comportamiento, vio que
lo que de verdad importaba, era su
familia y ahora era la hora de salir adelante, ayudar a Damián y a su hija. A
la que no supo trasmitirle más valores que los materiales.
Al principio se fueron a vivir
con su cuñada pero eran demasiados en aquella pequeña casa, fue cuando a Damián
se le ocurrió adecentar el trastero de su antiguo hogar y con lo que
encontraron el él y cosas que les dio
Raquel lograron construir un pequeño mundo alejado del frio de las
calles.
Ahora Damián se estaba dejando llevar por la
tristeza y ella no se podía permitir flaquear.
Llamó a su hija y una vez
vestidos les calentó un poco de leche, en un camping gas y salieron todos con dirección
a una institución de caridad que les habían citado para el reparto de alimentos
para la cena de Noche Buena.
Una vez
llegaron tuvieron que hacer cola para que les llegase el turno. La niña cansada
se alejó y se juntó con otros jóvenes y estaban en animada conversación, fue
cuando se percató de que en la esquina
próxima una mujer joven andaba con
dificultad, iba acompañada por un joven que intentaba sujetarla, pero apenas
podía con ella.
La niña
se acercó e intentó interesarse por su estado, le dijeron que estaba con
dolores de parto pero que tenían que acercarse a la cola para recibir los alimentos
que tan escasos estaban de ellos, pues en
casa había quedado otro niño de dos años, al cuidado de una buena vecina.
La joven que dijo llamarse María salió de casa
con pequeñas molestia mas no había
querido decirle nada a su pareja, para
no asustarlo. Ahora eran verdaderas contracciones de parto.
La niña
ayudo a acercarse a la pareja a la cola y se lo dijo a su mamá:
-Mamá mira esta pareja, me dan mucha pena ella está
de parto y él apenas tiene fuerzas para cuidarla, además tienen otro niño en casa
¡mami sí, pudiéramos ayudarle!
Luisa se
acerco a la pareja y se quedó con la mujer mientras él iba en busca de los
alimentos.
Damián
que estaba distraído hablando con unos no se percató de nada hasta que se lo
contó su mujer toda afligida. Luisa se había ofrecido a cuidar del otro niño y
se disponía a llamar a una ambulancia
que trasladase a los padres al hospital.
-Damián
es una pena que no tengamos dinero como antes para ayudarles.
Damián
abrazando a su mujer y con lágrimas en los ojos le confesó la verdad, todo había sido una treta para recuperar a su
familia y de rodillas le pidió perdón
por llevarlas a esa extrema experiencia.
Luisa y
su hija lo abrazaron y le llorando se excusaron por haberse dejado llevar por
lo material y no haber sabido distinguir lo más importante, que era tener personas queridas a su alrededor.
La cena
de Noche buena la compartieron con muchos de los amigos que habían conocido y
con la hermana de Damián.
María al
llegar al hospital tuvo a un precioso niño al que puso por nombre Jesús.
Damián
cumplió su promesa y contrató al marido en la fábrica y les ayudo en todo lo
que pudo.
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