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domingo, 25 de enero de 2015

Una Navidad diferente

Una Navidad diferente

Colasa y Juan Zancuda daban las campanadas en el reloj de la plaza mientras Damián los observaba atentamente. Hacía tanto tiempo que no se paraba a contemplarlos que casi se maravillaba,  lo mismo que cuando era un niño y le fascinaba verlos, las pocas veces que subía con su madre a la plaza.
Una lágrima solitaria asomó en sus azules ojos. Fue una decima de segundo pero la tristeza se apodero de su alma.
Ayer había enterrado a un compañero de clase, aunque hacía mucho que había perdido el contacto con él. La casualidad quiso que se encontraran  un día,  unos meses antes y volvieran a entablar amistad. Él le había confesado que estaba muy enfermo de cáncer que solo le quedaba,  unos pocos meses de vida. Le habló de su familia, del pequeño Tomás su nietecito de apenas un año, su única pena,  era no verle crecer,  le había comentado.
Lo que fue un encuentro fortuito se fue configurando en una solida amistad y era frecuente verlos pasear por las calles en anidada conversación.
Damián respiró hondo  e intentó borrar de su mente el recuerdo de su amigo, paseó la mirada por la habitación y sus ojos se posaron en la foto de su hija vestida de comunión. La cogió entre las manos y dando un suspiro la contemplo a la luz  que se filtraba por la ventana. Su hija era preciosa pensó orgulloso, solo habían pasado cinco años desde la comunión pero ahora  era la sombra de aquel angelical retrato, ese pensamiento le lacero el costado.
Con el retrato en la mano corrió la cortina y volvió a mirar para la plaza esta vez no se fijó en el reloj,  buscaba más abajo entre las sillas  de las terrazas que últimamente habían ocupado casi toda la plaza. No tardó en descubrir lo que estaba buscando.  Un grupito de  gente sentada alrededor de una mesa repleta de bebida y platos de tapeó. Eran tres mujeres de mediana edad y un chico de unos treinta años. Todos estaban en animada conversación.   Desde la distancia en la que se encontraba apenas podía percibir alguna palabra suelta, él no sabía de qué estaban hablando pero  enseguida descubrió que su mujer era una de las animadoras de la tertulia. Poco a poco todos se fueron levantando de la mesa y la última en hacerlo fue Luisa, su mujer, También observó que fue ella la que abonó la cuenta de las consumiciones.


Damián miró el reloj de bolsillo y faltaban unos minutos para la medía,  era la única herencia de su padre.
Él procedía de una familia humilde,  su padre había trabajado las tierras de la familia y para ayudar a la escasa economía familiar ayudaba a un vecino que se dedicaba a  la albañilería, cuando sus tierras requerían pocos cuidados.
Aun así,  en esa casa no se llegaba a fin de mes y su madre tenía que hacer  demasiados equilibrios para añadir algo más que unas patatas al menú  diario. La última en comer siempre era ella por lo que enseguida enfermo del pecho y un frio día de invierno se apago entre vómitos  de sangre.
Su hermana mayor  Raquel con apenas doce años  se las tuvo que entender con cinco hermanos menores y un padre roto de dolor.  Su hija  se le parecía mucho, volvió a coger la foto  y con la yema de los dedos acaricio el infantil rostro tan querido e intentó marcar como si de un rotulador se tratase los puntos en los que su hija le recordaba a su hermana. Los pómulos eran una de esas partes, los ojos azules que compartían los tres era otro punto. Su mente voló hasta otra época y vio a su hermana doblada como un junco cargando a su hermano menor de unos dos años y en  la  otra mano un barreño de  ropa  camino de la Moldera.
Volvió a mirar para la plaza intentando olvidar los dolorosos recuerdos que hoy le asaltaban en la cabeza, a fuerza de esconderlos,  pensaba que dejarían de existir.
Oyó el ruido de la llave girar en el bombín y no tardo en sentir llegar a su mujer, el olor dulzón de su perfume embriagó toda la estancia antes de ella asomar en el salón,  a pesar de que ya había cumplido los cincuenta años seguía siendo una mujer atractiva, llevaba un traje de paño negro ajustado a la cintura,  una blusa de seda rosa palo, la melena suelta,   muy cuidada, la tez morena  y unos ojos color miel que siempre le habían vuelto loco.
Damián se preguntaba qué cuánto tiempo había pasado desde que  había dedicado unos segundos en deleitarse contemplando a su bella esposa.
Haciendo memoria solo recordaba aquel lejano día en que habían chocado en su oficina. Era la nueva secretaria y  fue cuando la vio por primera vez, luego le dijeron que Luisa ya llevaba trabajando en la empresa dos meses.  Desde ese momento supo que era la mujer por la que  había esperado tantos años.
No fue difícil conquistarla ella también se había sentido atraída por  él y en apenas un año se habían casado. Ella al principio siguió trabajando conjuntamente con él  así estuvieron ocho años en los que habían logrado duplicar la producción de su fábrica  y asentarse  como una empresa líder en el sector.
 Un buen día cuando ya habían perdido las esperanzas Luisa descubrió casi por casualidad que estaba embarazada. Entre los dos decidieron que era mejor que ella se quedase en casa para que la pequeña estuviese bien cuidada. No supo en qué momento fue cuándo ellos dos se distanciaron,  tanto que ya no se conocían.
El timbre de la puerta sonó cuando el reloj de la plaza daba las tres de la tarde. Su hija asomó por la puerta del salón. 
La joven que sé encontró casi no la reconoció llevaba unos leguis negros ayustados, una camiseta demasiado corta, zapatos de tacón, bolso, gafas de sol que ocultaban unos azules ojos demasiado maquillados. Damián se preguntó si no se habría equivocado y mentalmente  contó los años de su hija, sí, efectivamente le salían solo doce. Su hija se le acercó y le rozó un beso en la mejilla, luego se sentó en la mesa hablando muy animada con su madre, él hizo lo mismo.
-¡Papá! ¡Papá! Estas Navidades vamos a Tailandia de viaje.
-Hija yo este año prefiero pasarlas en casa, podemos invitar a mi hermana Raquel a cenar con nosotros.
- Yo quiero ir a Tailandia, Maruchi estuvo este verano y me dijo que era precioso.
-Sí, mi tesoro vamos donde quieras,  papá si no quiere que no venga.
-Yo digo que no que este año nos quedamos aquí con mi hermana, hace poco que se quedó viuda y no me apetece dejarla sola.
-Bueno Damián lo que me faltaba quedarnos con tú hermana, que no tiene clase, además no tengo ganas de escuchar lamentaciones, ¿no ves que tu hija está llorando?
La conversación fue interrumpida por el sonido del timbre, era un niño de unos diez años con su madre que estaba pidiendo limosna. Luisa al verlos los echó de allí malhumorada, mientras su hija perfumaba la sala con grandes aspavientos de asco.
Damián dando un portazo salió de su casa cabizbajo.
Una semana después dos agentes de policía desalojaban a la familia de Damián por embargo de todos sus bienes.
Al principio la madre y la hija descargaron su ira contra su padre, pero una vez que comprobaron que todas las personas que ellas creían sus amigos les negaban el saludo o miraban para otra parte se dieron cuenta de que solo se tenían ellos.
Veinticuatro de diciembre
Damián se acercó a la claraboya desde la que solo se veía el reloj con los maragatos, instintivamente sacó el reloj de bolsillo y comprobó que eran casi las diez de la mañana. Miró a su alrededor y en un colchón en el suelo dormía plácidamente su hija se fijó en su angelical rostro y esta vez sí, descubrió la ternura de una niña de su edad, en otro colchón muy cerca de ella rebullía desperezándose su mujer. Se volvió y su vista se perdió entre las torres del ayuntamiento, descubrió que una fina capa de nieve  había cubierto los pináculos del ayuntamiento,  durante la noche. No pudo evitar que una sombra melancólica se apoderase de su espíritu.
Luisa se acercó a su marido  que  miraba por el ventanuco y le rodeo la cintura con sus brazos,  hundió su cara en su espalda. Le gustaba empaparse de su varonil olor y durante demasiados años lo había olvidado. Recordó lo dañina que había sido con su marido al principio de perder todo la rabia que le había demostrado, lo grosera que había sido con él quizás cuando él más lo necesitaba. Luego se le cayó la venda de los ojos fue un día que ella cruzaba la plaza y descubrió a sus amigas sentadas en la misma mesa de la terraza que solían compartir, esta vez su sitio lo ocupaba su peor enemiga, Lourdes,  la que siempre estaba a cizañando contra ella, se dirigió al grupo pero cual no fue su sorpresa que antes de llegar  a la mesa,  se levantaron todas y se escabulleron por las bocacalles adyacentes sin ni siquiera saludarla, ni dirigirle unas palabras de apoyo. Ella que tantas veces las había invitado a las consumiciones, mejor dicho  no recordaba cuándo habían pagado por última vez. A  raíz de este incidente recapacito en  su comportamiento, vio que lo que de verdad importaba,  era su familia y ahora era la hora de salir adelante, ayudar a Damián y a su hija. A la que no supo trasmitirle más valores que los materiales.
Al principio se fueron a vivir con su cuñada pero eran demasiados en aquella pequeña casa, fue cuando a Damián se le ocurrió adecentar el trastero de su antiguo hogar y con lo que encontraron el él y cosas que les dio  Raquel lograron construir un pequeño mundo alejado del frio de las calles.
 Ahora Damián se estaba dejando llevar por la tristeza y ella no se podía permitir flaquear.
Llamó a su hija y una vez vestidos les calentó un poco de leche, en  un camping gas y salieron todos con dirección a una institución de caridad que les habían citado para el reparto de alimentos para la cena de Noche Buena.
Una vez llegaron tuvieron que hacer cola para que les llegase el turno. La niña cansada se alejó y se juntó con otros jóvenes y estaban en animada conversación, fue cuando se percató de que en la  esquina próxima una  mujer joven andaba con dificultad, iba acompañada por un joven que intentaba sujetarla, pero apenas podía con ella.
La niña se acercó e intentó interesarse por su estado, le dijeron que estaba con dolores de parto pero que tenían que acercarse a la cola para recibir los alimentos que tan escasos estaban de ellos,  pues  en casa había quedado otro niño de dos años, al cuidado de una buena vecina.
 La joven que dijo llamarse María salió de casa con pequeñas molestia mas no  había querido decirle nada a su pareja,  para no asustarlo. Ahora eran verdaderas contracciones de parto.
La niña ayudo a acercarse a la pareja a la cola y se lo dijo a su mamá:
-Mamá  mira esta pareja, me dan mucha pena ella está de parto y él apenas tiene fuerzas para cuidarla, además tienen otro niño en casa ¡mami sí, pudiéramos ayudarle!
Luisa se acerco a la pareja y se quedó con la mujer mientras él iba en busca de los alimentos.
Damián que estaba distraído hablando con unos no se percató de nada hasta que se lo contó su mujer toda afligida. Luisa se había ofrecido a cuidar del otro niño y se disponía a  llamar a una ambulancia que trasladase  a los padres al hospital.
-Damián es una pena que no tengamos dinero como antes para ayudarles.
Damián abrazando a su mujer y con lágrimas en los ojos le confesó la verdad,  todo había sido una treta para recuperar a su familia y de rodillas le  pidió perdón por llevarlas a esa extrema experiencia.
Luisa y su hija lo abrazaron y le llorando se excusaron por haberse dejado llevar por lo material y no haber sabido distinguir lo más importante, que era  tener personas queridas a su alrededor.
La cena de Noche buena la compartieron con muchos de los amigos que habían conocido y con la hermana de Damián.
María al llegar al hospital tuvo a un precioso niño al que puso por nombre Jesús.

Damián cumplió su promesa y contrató al marido en la fábrica y les ayudo en todo lo que pudo.

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