La señora
gaviota paseaba por la playa muy ensimismada. Iba sintiendo la brisa marina, de
vez en cuando bajaba la cabeza y comprobaba si entre la arena había algún resto
de pescado traído por el sinuoso movimiento de las olas al romper en la arena.
Una ola la pillo desprevenida y tuvo que levantar un pequeño vuelo para no mojarse con
el agua. Fue en este momento cuando perdió el huevo que le tocaba poner ese día
y no se dio cuenta.
Al llegar al nido se percató de que había perdido el
huevo.
Muy disgustada rebusco y rebusco por toda la playa
dando vueltas sin parar hasta quedar extenuada.
Un niño que jugaba con el cubo y la pala lo encontró
semienterrado. Lo recogió entre sus manitas y lo observó un ratito pensando en
que podría hacer con él.
El huevo era de color azulado con motitas negras, por
lo que el niño comprendió que no era igual a los que guardaba su mama en el frigorífico.
Llenó el cubo
con unas paladas de arena y puso el
huevo en el centro.
Al día siguiente se lo llevó a clase para enseñárselo
al profesor don Inventini Galeani. El profesor les dio una clase, explicándoles que pertenecía a una gaviota y
que con su ayuda y un poco de ingenio podrían construir una incubadora para que
vieran el milagro de nacer una nueva
vida gracias a ellos.
Al día
siguiente ya les tenía una incubadora hecha con un viejo horno que había
reformado y puesto un termostato para mantener la temperatura adecuada a la
incubación.
Metieron el
huevo en la incubadora y al cabo de unos veintidós días nació un pequeño polluelo
que el profesor cuidaba con gran esmero.
El pequeño
polluelo seguía a don Inventini como si se tratase de su madre.
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