EL
LAGARTO JUANCHO
Juancho era un lagarto como todos los demás, su piel
tenía tonos azulados y grisáceos.
Le gustaba tomar grandes
panzadas de sol. Solía salir de
su casa pasadas las once de la mañana.
Se tumbaba en la hamaca, en la puerta de su casa. Se
ponía las gafas de sol y se preparaba un vaso de naranjada.
De vez en cuando pasaba por allí una mosca, él se hacía
el dormido y cuando estaba cerca y no sospechaba nada abría la boca y se la
comía de un bocado. Las moscas eran su
manjar preferido.
Así pasaba los veranos. Llegado el otoño ya notaba frio y
se guardaba en su casa, hasta que volvía
a salir una vez calentase el sol en primavera.
Su casa estaba situada debajo de un árbol, en un
campo a las afueras de una gran ciudad.
Aquel año Juancho se guardó
del frio como todos los años. Guardó su hamaca, su vaso de naranjada, sus gafas
de sol y cerró la puerta de su casa como
siempre.
Lo que no sabía Juancho era
qué en ese invierno levantarían en su
finca una urbanización.
Al llegar la primavera Juancho se despertó y
sintió la necesidad de tomar el sol y comerse unas cuantas moscas. Cogió su hamaca, su vaso con
naranjada sus gafas de sol y se fue a
abrir la puerta de su casa.
Tuvo que hacer un gran
esfuerzo para abrir la puerta, pensó que se le habían atascado las bisagras y
les puso unas gotitas de aceite.
Al salir a su campo no lo conoció. Su casa daba a una
calle llena de coches a gran velocidad,
pitando frecuentemente.
Su árbol se había convertido en un semáforo donde no paraba de lucir la luz roja o verde.
Su sitio favorito de tomar el sol no existía ahora no había más que grandes edificios que le
daban sombra todo el día.
Mal humorado Juancho
tuvo que hacer la maleta, coger su hamaca, su vaso de naranjada, sus gafas de sol y marcharse de allí buscando
otro lugar más tranquilo.
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