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sábado, 26 de febrero de 2011

LA VIDA DE XUANIN
Voy a contaros lo que me aconteció a mi en esta mísera vida, yo me llamo Xuanín, Xuanito, de mi padre no se nada mi madre me dejó nada mas nacer en la puerta de la casa de la tía Flora, persona bonachona, bien entrada en carnes y años, me tomó gran cariño por ser yo su único consuelo. Me crió hasta los 10 años, con mucho amor, buen tocino y la leche de una cabra vieja y desdentada que ya va para 5 años había pasado por la cazuela, dando mucho gusto a las fabas y garbanzos, que la buena mujer requisaba a alguna vecina.
Pero como la dicha dura poco quiso mi mala suerte que la tía Flora se me muriera, un día frio de invierno, dejándome a medía crianza.
Aquel invierno lo pase de casa en casa comiendo con más mala suerte que con buena ración como si fuera el palo del pobre. Mas las buenas vecinas como sólo tenían faltas y muchos hijos, empezaron a quitarme requiebros y sopas del puchero, hasta que ya no tenia dónde comer ni un mendrugo de pan.
Con 10 años tuve que ir a pedir amo, por los caminos. Un día llegué a un pueblo de la montaña leonesa, donde me mandaron cuidar de unas cabras y ovejas. Tenía que dormir en la corte con ellas, y de comer me daban un mendrugo de pan con un trozo de tocino más bien pequeño y una escudilla para ordeñar alguna cabra y beber la leche. Pasé dos años en estos menesteres, con el estómago más vacío que lleno y harto de leche y pan duro; eso sí bien acompañado de pulgas, que no tenía ya sangre en las venas de la que me chupaban las mal nacidas.
Mas como la suerte no era mi compañera quiso Dios, que un día un raquítico lobo me robara una oveja, la cual me mató en un tris, dejándome huérfano de ella. Al tirarle con el cayado le di con más fortuna que buena puntería en toda la cabeza; quedó el lobo atontado y me dio tiempo a recobrar la oveja, mas el mal ya estaba hecho, y la oveja muerta, toda la piel levantada, que se veía una carne muy apetecible, y más para mi que desde la pobre cabra no había probado de ese manjar.
Por la noche después del convite; sólo quedaba media oveja. No sabiendo qué hacer opté por marchar no sea que la oveja se me convirtiera en una buena paliza.
Cargué los restos del banquete en el fardel y tíreme al monte, por no encontrarme con algún conocido.
Estuve andando dos días y sus noches, hasta que sentí gran jaleo de gente andando hacia mí. Asustado me escondí detrás de una retama que había junto al camino, y me puse a temblar, pensando en si hasta allí habría llegado la noticia de mi banquete y venían a buscarme. Mas asombrado descubrí que eran mineros que iban a su quehacer en una mina cercana, a los que seguí y entablé confianza siéndome de gran ayuda, para trabajar en un tajo en la mina.
Me tomó como ayudante, el más grande y bebedor de todos los mineros, al que llamaban Andresón.
Mi trabajo consistía en llevar la herramienta y a Pitito, que era el pobre jilguero que nos servía para controlar el grisú. Mas, poco a poco, Andresón fue mandándome más y más, hasta que era yo el que lo hacía todo.
En estos años comencé a leer y escribir, gracias a la maestra del pueblo, que se compadeció de mí, y por las noches me daba clase, a la pobre luz de un candil.
Mas quiso la mala suerte que se enamorara de un guardia civil, que visitaba el pueblo muy frecuentemente y María, que así se llamaba, le siguió hasta Orense que de allí era el susodicho.
Así me vi huérfano de estudios, y también de algo caliente para llevarme a la boca, todas las noches María compartía conmigo un puchero de sopas.
Pasados dos meses de la marcha de María, sin tener un caldo caliente, ni nada que llevar a la boca muchos días, me topé con una gallina clueca, en una tenada vecina, y no se me resistió, ni la gallina, ni sus tesoros. Desde la oveja no había probado la carne.
Al día siguiente a las siete de la mañana, ya estaba yo en la bocamina esperando a Andresón con las tripas un poco revueltas, no se si por el festín o los huevos huaros, que no iba a despreciar.
Bajamos al tajo como siempre, yo cargado con las herramientas y Pitito. Andresón, que sabía disimular muy bien, iba con el odre de vino atado a la cintura lleno a rebosar, que luego salía en la andorga y nadie notaba la diferencia. Pasada una hora él ya se había bebido medio odre, y roncaba plácidamente mientras yo hacía todo el trabajo. Me dio un retortijón de tripas, que creí, que me iban a salir por la boca, me sentí ahogar, y no tuve más remedio que salir al sol, con cuidado de que nadie me viera. Detrás de unos matojos, no quedó nada de la gallina, ni de su familia, pero no llegando a tiempo a lugar seguro, me quedé todo el manjar por el pantalón, con tal olor, que no hubo mosca, que no lo supiese en diez kilómetros a la redonda.
De pronto sentí un gran estruendo en mí alrededor y una gran explosión que venia de la mina vi saliendo a todo el mundo que pudo corriendo, entre los que no salieron estaba Andresón, Pitito y yo, Xuanín.
Viendo que me lloraban con gran tristeza y pensando en que me había salvado por los pelos, y como estaba en esta situación tan lamentable, pesé que era mejor dejar morir también a Xuanín.
Fui al primer tendal de ropa que pille, y después de darme un baño, y con la ropa tomada del tendal, me puse en camino, por los montes sin tener a donde ir, pero buscando tierras más cálidas.
Mas al atardecer del segundo día pudo más el hambre y tuve que llegarme a las puertas de Astorga, cuando las calles estaban medio desiertas me aventure furtivamente por si encontraba algo que comer, y tópeme con un cubo de basura, que habían dejado los militares a las afueras del cuartel, por el que salían unos trozos de pan duro, los cuales cogí y no haciendo ascos, pues llevaba dos días sin probar bocado, me los comí allí mismo.
Buscando sitio donde guardarme me adentré en la cuidad hasta toparme con el pórtico de una casa en la plaza en la cual me arrebujé y me quedé dormido.
Por la mañana bien pronto hubo gran ruido y mucho que hacer de gente cargada con mercancías para poner el puesto en el mercado. Yo ayudé lo que pude y enseguida entablé amistad con algunos de los vendedores, los cuales compartieron conmigo un aguardiente y unos churros y dándoles cuenta de mi necesidad de trabajo indicáronme la dirección de una persona importante de Astorga que necesitaba de un rapaz para trabajar.
Me presenté en su casa dos manzanas más allá; cogiéronme a su servicio, pues era un matrimonio mayor que necesitaban un mozo para los trabajos del campo y cuidar del ganado.
Tenían un par de mulas con las que tenía que arar unas tierras en el barrio de San Andrés. En un corral criaban gallinas y cerdos que alimentaban con las caballunas de los caballos, que yo tenía que recoger por toda Astorga. Al anochecer para que no me vieran, pues como ya he dicho eran gente de postín; aunque no sé notaba tanto señorío, pues yo seguía durmiendo en la cuadra con los animales, y comiendo de las sobras de los señores que eran bien escasa; sopas y tocino menos mal que los huevos era yo el encargado de cogerlos y todos días un par no llegaban al mercado.
Así estuve dos años yo híceme un gran mocetón y no estaría de más decir que de buen porte, pues las criadas me halagaban cuando me veían, y hasta las señoritas pillé mirando por debajo del sombrero.
Un buen día me dijo Anselma, que así se llamaba el ama, que tenía que ir a la estación que había comprado unas ovejas para matar a unos pastores de un rebaño de los que van para Extremadura.
Fui a la estación y no viendo a nadie ni a nada, y temiendo que no cumpliera con los deseos de la Anselma y quedara sin trabajo me metí en el vagón cargado de ovejas para sacar un par de ellas sin ser visto. Mas el tren empezó a echar vapor y haciendo un ruido espantoso que a los pobres animales entre el ruido y yo que los asustaba aun más empezaron a correr todas juntas de un lado a otro del vagón hasta que se me fueron todas encima de mi dejándome sin sentido y todo magullado por un largo trecho.
Cuando desperté ya estábamos con la noche ya metida y las ovejas ya tranquilas, estaban todas tumbadas rumiando sin hacerme el más mínimo caso; levantándome vi que tenía unas cuantas magulladuras y las ropas todas cubiertas de abono por lo que mi aspecto era deplorable, y además no podía salir de aquel vagón por lo que me senté hecho un ovillo y logré dormir hasta que al amanecer paró el tren y abrieron para sacar el ganado, fue cuando no tuve más remedio que bajarme del vagón con suerte que no lograron verme hasta que ya estaba un poco alejado del vagón lo que me permitió fingir un traspiés disimulando una caída para que no sospecharan de mi deplorable estado. Uno de los pastores asustado corrió hacia mí para ayudarme a incorporarme, lo que me permitió entablar conversación con los pastores que dirigían el rebaño sin levantar sospechas y confiados me dejaron que les ayudase y acompañase hasta que llegamos a la dehesa que era donde pasaban ellos el invierno en un pueblo extremeño.
El rebaño pertenecía a una marquesa viuda que pasaba parte del año fuera de su hacienda.
Al día siguiente el mayordomo me dio trabajo en la casa como mozo de de cuadras aunque hacía de todo un poco.
El invierno lo pasamos todos los trabajadores tranquilos y bien alimentados,

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bonita esta historia.
Viki

La utopía de Irma dijo...

http://institutoestudiosomaneses.blogspot.com/2011/03/garuena.html (un blog muy interesante dicho sea de paso)

No sé si lo habrás visto creo que te gustará, envíame un email o hazte seguidora de la utopía y te comento.

Precioso rinconín y tremenda historia, voy siguiendo tu blog poco a poco ;)

Besines utópicos, Irma.-