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viernes, 12 de agosto de 2011

9º Fragmento de La vida de Juanin

Yo callé la boca pero ya andaba con la mosca detrás de la oreja, pues me había dado cuenta del parecido y encima siendo yo de tan cerca, mas callé y no dije nada, pero intenté ayudarle, incluso le tomé cariño como si fuera mi hermano pequeño, pues solo tenía dos años menos que yo.
Nos dieron el alta a los dos en días próximos, a él le mandaron presentarse en Madrid. En cuanto a mí como no tenía donde ir y le había tomado cariño le seguí con el mismo destino.
Íbamos los dos andando camino de de la estación, que estaba un poco alejada de la población en una zona de una explanada, donde había algunos arboles y un camión medio desvencijado, él iba delante de mí y un francotirador le apuntó en toda la cabeza, se la voló en el primer disparo, con el impulso cayó para detrás, encima de mí derribándome, lo que me salvó la vida, el tirador creyó que con el segundo disparo me había matado también a mí.
Viendo aquel panorama espere, una hora después sentí el rugido de un camión que salía de la zona de donde nos disparó, seguido por otro camión cargado de soldados, por lo que pensé, que era el tirador, perseguido por un destacamento. Aproveché la oportunidad, arrastré el cadáver hasta detrás del camión, donde no éramos vistos, esperando que la sombra de la noche se apoderase y dificultara la visión.
Tomé una decisión, estaba seguro, que aquel disfraz de moro ya no me servía. Entonces recordé las veces que nos tomaban el pelo en el hospital de que éramos hermanos y el gran parecido que teníamos. Desvestí el cadáver del capitán José, me puse yo sus ropas y a él lo vestí con mi ropa, como el terreno estaba húmedo y blando había estado lloviendo los dos últimos días, ayudado de una pieza del camión logre hacer una pequeña poza donde enterré al que hacía tiempo que pensaba que era mi hermano. Amparado en la noche llegué a la estación siendo el capitán José Cordera con destino a Madrid.
Al llegar a Madrid me presenté en comandancia y nadie se dio cuenta de mi engaño. Volví a reagrupar a los soldados de mi compañía, fui condecorado por las heridas sufridas en combate y nos fuimos al frente.
La ciudad de Madrid estaba a punto de rendirse y entrar las tropas nacionales lo cual se produjo unos días después tomando parte activa en la toma de la ciudad, lo cual me valió el grado de comandante.
Acabada la guerra fui destinado a Barcelona, al poco de llegar conocí a María, era la hija de mi coronel, una chica rubia, de poca estatura pero muy graciosa con un deje andaluz, me agradó nada más verla y ella también se fijó en mí. Le hablo a su padre de lo nuestro, él cual no puso resistencia a nuestro noviazgo.
Un año después sin saber negarme a ello me vi casado con María sin haber olvidado a Zoraida .Al poco de nuestra vida en común, pasado el enamoramiento, yo siguiendo amando a Zoraida, nuestra vida se convirtió en una monotonía y un aburrimiento. Sin olvidarse de que el ardor de María, criada en el seno de una familia de moral nacionalista distaba mucho de Zoraida, criada en un harén.
A los dos años María quedó embarazada y dio a luz una preciosa niña igualita a ella.
Yo me sentía muy contento con la niña. María me apartó de ella. Entre lo tarde que venía del cuartel y que ella decía; que criar a la niña era cosa de ella. Se pasaban los días y no la veía por lo que al cumplir dos años Carmencita casi no quería ni verme. Yo poco a poco me fui alejando de mi familia y refugiándome en el trabajo.
Al cumplir Carmencita tres años, recibí una carta de mi padre, en la que me decía; que se encontraba muy enfermo y temiendo lo peor se quería despedir de mí.

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